lunes, 19 de octubre de 2009

Dormido en, como, de cualquier manera...


Todo comenzó como por descuido en el peor de los trayectos que nunca debí trazar, a la orilla de un río que parecía no acabar, en una noche que no hacía más que comenzar. Entonces su mano ligeramente movida por el frío nocturno de la escena, pero intensamente maquinada por un deseo carnal más fuerte que cualquier sensación, se abalanzó sutilmente por mi cintura, y sus dedos frotaron una tela que jamás pareció tan fina. Su pelo, su cara, su mejilla se dejaron caer sobre mi hombro en busca de alguna reacción, inmediatamente después mi brazo cual armadura de plomo aterrizó en su costado, lo encontré suave, sensual, ardiente y a la vez congelado debido al viento que azotaba nuestros cuerpos. Pequeños estremecimientos guiaban mis movimientos, que por pequeños que fueran planeaban la aproximación. Alguna vez nuestros pies chocaban y en nuestros rostros se dibujaban lineas que desenvolvían el desenlace, las comisuras de mis labios, húmedas, deseaban, cada vez más, rozar su piel pero mantenían la compostura. Poco a poco, paso a paso, roce a roce el camino se hacía más corto, muy a nuestro pesar ,la perfecta imagen pronto terminaría. Nuestras manos no querían separarse por ninguna razón y en mi mente no cabía más que un deseo inexplicable de culminar aquel clímax que nos invadía. Nuestros cuerpos transportados por un movimiento casi mecánico andaban en armonía y perfecta compenetración. Nuestro destino llegó a nosotros mucho antes que nosotros a el y al reaccionar, la presencia de alguien se hizo omnipresente. Nuestras manos se soltaron, pero cada dedo luchó por mantener la unión hasta que se hizo imposible, e intenté contener mis ojos de manera que no se notara la dependencia, ella hizo lo mismo y comenzó a andar de nuevo. En aquel momento, tras tan intensa sensación, mi estomago comenzó a gritarme y un malestar inundó todo mi ser, necesitaba comer algo. La solución apareció ante nosotros en forma de fluorescentes, le pregunté y no respondió, la simple omisión de respuesta y la facción de su cara bastaron para comprender que no eramos tan distintos. Salí de aquel lugar con un manjar entre las manos, que dadas las circunstancias brillaba en aquel callejón por entre callejones, nunca compartí algo tan desinteresadamente, disfruté tanto admirando cada bocado, y pronto acabó, pero aquel no sería el final de nuestra excursión. Ya cansados de una noche intensa y un tanto desfasada decidimos buscar el camino a casa, nuestro abrazo permanecía cada vez que avanzábamos, y cada vez se iba haciendo más fuerte, más fogoso, más excitante. Nuestras miradas no se atrevían a encontrarse, mientras nuestras manos jugaban a descubrir lo exótico de cada uno. El erotismo de la situación que nosotros mismos habíamos creado era cada vez mayor y nuestros roces cada vez más deshinibidos. Divisando el final y, con cierto miedo, mi cabeza acometió un movimiento no equiparable a ninguno aquella noche, e intenté mirarla a los ojos, mi nariz rozó la suya y su mano apretó mi cintura como movida por un espasmo, entonces nuestros cuerpos se miraron, mis manos bajaron hasta encontrarse con su cadera y en un último movimiento conjunto nuestros labios se tocaron ,mantuvieron la postura unos segundos, suficientes para que la sangre de ambos comenzara a arder y surgiera un beso tan apasionado e inolvidable como letal y angustioso.

Llegamos a casa, hacíamos caso omiso a lo sucedido, y como si nada hubiera ocurrido fuimos a la cama, solo por descansar, tal vez por ver un poco la televisión. La atracción en el ambiente aquella noche era irrevocable, imposible de frenar. Nos avalanzábamos el uno contra el otro movidos por el deseo, los besos no cesaban, parecían querer superarse, y vaya si lo conseguían. La cama deshecha completamente y un canal desintonizado aportaban al momento suficientes enigmas como para que sucediera cualquier cosa. Las sábanas se arrugaban bajo nuestras espaldas y ella jugueteaba con ellas, intentando despistarme, pero siempre encontraba su boca y mi mano su cuerpo... en un momento determinado, exhaustos los dos, nos abrazamos por una última vez y quedamos dormidos. Más tarde abrí los ojos por un momento, su rostro descansado no se asemejaba a nada que hubiera visto antes, me quedé obnuvilado mirándola, sonreí y volví a dormirme. No pasó más de media hora cuando desperté y la vi apoyada en el marco de la puerta, observándome, entonces fué ella la que esbozó una sonrisa y emitió un sonido que facilmente podría significar “¿Te he despertado?”, volví a sonreir y entonces dijo, muy suave, casi susurrando “Hola”, es increible como la explosión de lujuria justo estallaba en su saludo, se acercó, se arrodilló junto a la cama y comenzó a acariciar mi mejilla.

A.G.G.

lunes, 5 de octubre de 2009

Cada pequeño gesto

En medio de todo aquello me encontraba, ni muy cerca del mar ni muy cerca de las rocas que separaban la arena de un larguísimo paseo, quería sentir mi soledad
acompañada del sutil susurro de las olas y la irrevocable presencia de las rocas.
No debía haber nadie aquella noche por allí y pese a eso el perro,
mi única compañía sentía la inseguridad del acecho inminente. Las estrellas se dejaban caer sobre aquella noche enigmática y excitante desenvolviendo la leyenda
de miles de personas que al igual que nosotros en ese preciso instante las observaban; miles de almas y aun así una única sensación, la fugacidad de una mirada al cielo se hacía interminable.
La preocupación, de donde vengo, ya no era sino puramente protectora; amparada por la subestimación.
mi compañía ha mudado en tranquilidad, debe haber comprendido la situación y aun así continua con el cuerpo alerta y su subconsciente totalmente entregado a mi,
la soberanía de nuestra simbiosis es incuestionable.
Eramos los reyes, capaces de todo, dueños del sol. Cada día subíamos al trono y al rato nos sentíamos esclavos.
Cada momento era un caos, pero la solución subyacía en cada rincón.
el suelo desaparecía cada vez que llovía, y con la sutileza de un golpe de muñeca el vil metal era capaz de resultar en armonía.
Cada esquivo movimiento, cada letargoso perecer, cada acto heroico... ejercían, a su manera, una fuerza más que debastadora y atrayente hacia la realidad.
Cuando algo desaparece, alguna cosa, un pequeño estremecimiento y sientes; comprendes su verdadera función, enorme frustración.
la seguridad era tal que podías andar sin necesidad de tocar el suelo. La mirada de aquellos que ni siquiera se molestaron en hablar resbalaba por hombros que nunca tuvieron que soportar peso. Un ligero barniz lo cubría absolutamente todo, el remordimiento quedaba reducido a episodios desconocidos de un ciclo sin comienzo.
Eramos los únicos capaces de reir y dejar caer una lágrima simultaneamente y sí, eramos conocidos por ello.
La huella que dejábamos en la gente en ocasiones levantaba la peor de las envidias y esto, terminó por hundirnos, teníamos tantas razones para dejarlo todo atrás... un lugar vacío y un garage en el que no cabían más frustraciones.
Cuando todo parece tan normal es cuando debes tener miedo, ves a las personas practicar movimientos esquivos en busca de una oración en el sentido equivocado y tras ellos un ventrílocuo con artes envaucadoras. Sufro desgracias inapelables y no espero nada sino un gesto de los que me cruce por la calle, ellos siempre comprenderán la paradoja de retener para sostener y verborrear por haber retenido.
Cuantas veces hablo conmigo y me digo que no merezco más de lo que yo mismo haya logrado, y de esa manera logro subsistir donde un buen trabajo no es admirable sino despreciable y un trozo de tela puede suponer tu muerte.
Y la existencia terminó por convertirse en algo superfluo, efímero; El superlativo de la mediocridad hecho consecuencias...

A.G.G.