viernes, 25 de diciembre de 2009

El loco de la colina

Aquella noche escuché una canción que lustró mi espíritu, y me puse una camisa recien planchada. La magia de aquel momento
se introdujo en mi mundo y decidí comenzar a cantar, me quité los zapatos y salí a la calle.

El sol daba vueltas a la tierra mientras yo cantaba por las esquinas, y mis pies, pisaban la acera con más fuerza que nunca,
dejé de escuchar la música pero aquella canción seguía sonando en mi cabeza; Bailaba y cantaba, cerraba los ojos y las
luces que siempre habían estado allí comenzaban a intensificarse. Con una mano en la barandilla y otra sobre la pared
bajé las escaleras que conducían al paraíso. Firme en mi camino y esquivando la inmensidad de la muchedumbre mediocre
logré alcanzar mi destino, y allí, mil voces hablando perfectamente claro dentro de mí, la luz que iluminaba aquel momento
también iluminaba mi alma, álgida y hercúlea entre las demás y sobre un pedestal de marmol tallado.

Ahora nadie me escucha, La locura de mi razón embriaga el oxigeno del aire.

A.G.G.

Bocadillo de polvorones


Cuando era pequeño mi abuelo solía escribirme cartas, en ellas hablaba de cosas que a mi temprana edad no alcanzaba a entender, pero el lo hacía igualmente, confiaba en que algún día, al crecer, las leyera y comprendiera lo que realmente quería hacerme llegar. Hoy, después de tanto tiempo, he leído alguna de esas cartas y por fin entiendo que el nunca hizo las cosas demasiado bien, quizás tampoco demasiado mal, pero quién lo hace al fin y al cabo; Ahora sus palabras siempre
estarán junto a mi, y escritas en la primera página de un libro de cuentos que cuido desde que tenía 5 años, fueron y son las únicas palabras que consiguen hacerme llorar, y al terminar de leer, la leyenda de un curasán de chocolate que cada
noche llegaba escondido junto a la puerta de mi casa, se esfuma como el humo de una chimenea en la montaña. Tú traías el agua que en casa ya teníamos, pero siempre te querré por hacerlo.

Mi hermano ahora, en su infinita ingenuidad, recibe las mismas cartas y llora como lo hacía yo; La peonza gira sobre su mano mientras el sueño aletarga su perspicacia.

A.G.G.

Mamá, no llores más.

Ahora se sienta en una mesa en la que sobran sillas y ni siquiera roza al que tiene al lado, todo lo que una vez fuimos se destruye aquí y ahora; tres tenedores, tres cuchillos, tres cucharas y añoranza en cada plato.

El árbol de navidad te provoca angustia y la calefacción ni siquiera calienta.
Este año Papá Noel no aparecerá por la puerta como cada noche buena, este año nos serviremos de televisión y turrón, simplemente dejaremos pasar las horas, hasta que las luces de una guirnalda mal colocada dejen de funcionar.

Mamá piensa que no la vi, pero su llanto alimentaba todo en lo que creía, lágrimas negras resvalando por un rostro especialmente maquillado para la ocasión, y aun así bello por su contorno eminentemente exquisito. Sus manos se posaban
sobre álbumes que recopilan el recuerdo, el dolor, de una familia sustentada en comidas postizas. Esta vez manipulaba las fotografías con guantes, dejar alguna huella habría sido denigrante, y era algo que no podía permitirse.

A.G.G.